La mujer en la ciencia.
1.Las mujeres científicas.
Desde que a comienzos de la Edad Moderna se produjo la revolución científica, la ciencia ha transformado por completo nuestra manera de comprender la realidad y de relacionarnos con el mundo que nos rodea. El desarrollo del método científico ha impulsado un espectacular avance del conocimiento, que a su vez ha contribuido a transformar por completo nuestra forma de vida.
Estos indudables avances han sido posibles gracias a la labor de la comunidad científica, formada por todas las personas que contribuyen con su trabajo a ampliar las fronteras de lo que conocemos. Para formar parte de esta comunidad no solo hace falta tener un talento natural, sino que también es preciso recibir una formación adecuada y disponer de oportunidades de desarrollo profesional. Solo así es posible que la vocación científica se convierta en un puesto de trabajo desde el que poder contribuir al avance de nuestros conocimientos.
En los siglos XVII y XVIII recibir una formación científica no estaba al alcance de todo el mundo. La educación superior solo era accesible a una parte muy pequeña de la población. En una sociedad donde la mayor parte de la población era analfabeta, solo las clases altas tenían el privilegio de recibir una instrucción adecuada. Además, en esta época la formación estaba claramente diferenciada en función del género.
Por lo general, en las familias que disponían de recursos, la educación de los varones estaba orientada a formarlos para desempeñar un puesto en la vida pública. En cambio, la formación de las mujeres estaba destinada a prepararlas sobre todo para la vida privada, donde se esperaba que estuvieran volcadas en el cuidado de la casa y de la familia. Por este motivo, las mujeres tuvieron por lo general muchas dificultades para acceder a la formación superior y para desarrollar sus intereses en el campo de la creación intelectual y de la ciencia.
Sin embargo, a pesar de todos los obstáculos y de la presión social que tuvieron que vencer, es importante señalar que las mujeres también contribuyeron al avance de las ciencias desde los mismos inicios de la modernidad. Allí donde se dio a las mujeres la oportunidad de formarse, siempre hubo científicas que destacaron por sus valiosas contribuciones al desarrollo del saber.
Un claro ejemplo es el de la naturalista y entomóloga Maria Sibylla Merian, que a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII realizó una extraordinaria labor documentando insectos nunca vistos hasta entonces y describiendo con detalle la metamorfosis de las mariposas.
También es muy conocida la importante contribución de Ada Lovelace al desarrollo de la informática. Gracias a sus investigaciones, esta destacada matemática, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, puede considerarse la primera programadora de la historia.
Otras importantes figuras femeninas en el campo de la ciencia resultan menos conocidas, porque su importante labor ha quedado oscurecida en comparación con las aportaciones por los hombres con los que trabajaban.
Este es el caso, por ejemplo, de Carolina Herschel, una brillante astrónoma de origen alemán que colaboró con su hermano, William Herschel, para desarrollar nuevos y potentes telescopios. Con ayuda de sus instrumentos, Herschel descubrió varios cometas y numerosas estrellas dobles.
2. Margaret Cavendish (1623-1673)
La fascinante vida de Margaret Cavendish es un claro ejemplo de la situación de las mujeres científicas.
El matrimonio de Margaret con William Cavendish, que era barón, marqués y posteriormente llegaría a ser duque, aseguró su posición social como destacada figura de la aristocracia inglesa. Sin embargo, los intereses de Margaret estaban centrados en la física y la filosofía.
El agudo ingenio que demostró y su excelente conocimiento de las teorías más novedosas le permitieron intervenir activamente en los candentes debates que enfrentaban a los principales filósofos del siglo XVII. Estas disputas estaban relacionadas con temas como el movimiento, el vacío, la teoría atómica, las relaciones entre la materia y el espíritu o el fundamento del conocimiento humano.
Margaret no solo estaba interesada por los planteamientos teóricos, sino que además disponía de una excelente colección de instrumentos científicos, incluidos algunos de los telescopios más sofisticados y precisos de su época.
Escribió numerosas obras, entre las que se encuentran varios tratados científicos y filosóficos, así como diversas novelas, incluyendo una de ciencia ficción. Lo insólito para su época fue que Margaret se atreviera a publicar sus obras con su propio nombre, sin emplear ningún seudónimo. Esto le trajo numerosas críticas, pero al mismo tiempo, le permitió asentar su prestigio como una figura destacada en el campo del pensamiento.
Después de haber sido rechazada en numerosas ocasiones, finalmente el peso de su obra y de su pensamiento hicieron posible que se convirtiese en la primera mujer que pudo asistir a las reuniones de la Royal Society, que agrupaba a los más destacados científicos de la época.
3. El acceso de las mujeres a los estudios universitarios.
Con el paso del tiempo, el imparable desarrollo de los conocimientos científicos hizo que la formación autodidacta resultase insuficiente. En el siglo XIX, alguien que quisiera desarrollar su vocación en el campo de la ciencia necesitaba cursar estudios universitarios. Este fue uno de los principales problemas que encontraron las mujeres que aspiraban a convertirse en científicas, puesto que la principio las universidades solo admitían a estudiantes que fueran varones.
Por ejemplo, cabe señalar que la primera mujer que obtuvo un título universitario de medicina en Estados Unidos fue Elizabeth Blackwell, en 1849. En España, sin embargo, las mujeres tuvieron que esperar hasta 1910 para que la legislación les permitiese acceder libremente a la educación universitaria.
Las dificultades para cursar estudios en la universidad hicieron que, por ejemplo, la química Lise Meitner tuviera que realizar sus investigaciones por su cuenta hasta que le fue permitido cursar estudios de doctorado. Posteriormente, Meitner realizó una de las contribuciones decisivas a la física del siglo XX al descubrir la fisión nuclear, aunque fue su compañero Otto Hahn quien recibió el premio Nobel por ello.
Con el paso del tiempo, las universidades fueron abriendo sus puertas también a las mujeres. Pero ni siquiera el libre acceso a la formación superior sirvió para eliminar por completo las barreras que impedían a las mujeres desarrollar sus carreras científicas en pie de igualdad con sus compañeros. Durante mucho tiempo se impidió que las mujeres, incluso si disponían de un título académico, pudieran ocupar los puestos de investigación más prestigiosos, que se mantuvieron reservados para los hombres.
Un caso que ilustra muy bien esta situación es el de la astrónoma Henrietta Leavitt, que trabajó a comienzos del siglo XX en el observatorio de la Universidad de Harvard examinando placas fotográficas y realizando tediosos cálculos. Al ser mujer, Leavitt no tenía posibilidad de usar el telescopio, por lo que centró en analizar el brillo de un cierto tipo de estrellas variables, llamadas cefeidas. Sus investigaciones resultaron decisivas para que su superior, Edwin Hubble, pudiera demostrar que existen otras galaxias aparte de la Vía Láctea en la que vivimos, y también descubrir que el universo se está expandiendo.
Un caso similar es el de Rosalind Franklin, cuyas investigaciones fueron decisivas para demostrar que el ADN tiene una estructura molecular de doble hélice. Pese a que fuera ella quien logró las pruebas cristalográficas necesarios para comprobarlo, fueron sus colegas varones quienes obtuvieron el premio Nobel de Medicina por este descubrimiento.
También la astrofísica Jocelyn Bell realizó un descubrimiento asombroso por el cual, sin embargo, no recibió el reconocimiento que le correspondía. Bell fue la primera persona en detectar la señal de radio de un púlsar, que es un objeto estelar similar a un “faro” que emiten ondas periódicamente. Este importante descubrimiento fue premiado con el Nobel de Física, pero el galardón no lo recibió Bell, sino su director de tesis.
Existen muchas otras mujeres cuya contribución a la ciencia merece un reconocimiento mucho mayor del que habitualmente reciben. Algunas de ellas desarrollaron su trabajo en condiciones excepcionalmente difíciles.
Otro caso excepcional es el de la neuróloga italiana Rita Levi-Montalcini, que se vio obligada a montar un laboratorio en su habitación cuando el régimen de Mussolini prohibió a los judíos desarrollar su carrera científica. Pese a las dificultades, sus hallazgos la hicieron merecedora del premio Nobel de Medicina.
También en el campo de las matemáticas ha habido destacadas figuras femeninas que conviene recordar. Un caso muy notable es el de la iraní, Maryam Mirzakhani, que es la única mujer que ha recibido la medalla Fields, considerada como el máximo galardón en matemáticas.
4. El reto de alcanzar la igualdad real en la ciencia.
Hoy en día la investigación científica es una actividad abierta tanto a los hombres como a las mujeres. Al menos en los países del mundo desarrollado, las barreras que dificultaban el acceso de las mujeres a la ciencia ya han casi desaparecido, por lo que en teoría no debería haber desigualdades en este campo entre hombres y mujeres. Sin embargo, la realidad en la práctica dista mucho de ser equitativa, porque aún hoy en día existe todavía un notable desequilibrio en el reconocimiento público de los méritos científicos que corresponden a las mujeres.
Un ejemplo muy claro de ello puede apreciarse consultando la lista de los premios Nobel. Desde que estos premios se otorgaron por primera vez en 1901 hasta la edición del 2021, este prestigioso galardón ha sido concedido a 58 mujeres frente a 887 hombres. Pero si únicamente tenemos en cuenta los premios de las categorías científicas (física, química y medicina), entonces son solo 23 las mujeres que han sido distinguidas con este premio. Entre las mujeres galardonadas destaca Marie Curie, que fue premiada con el Nobel una vez por sus descubrimientos en física y otra por sus contribuciones a la química.
Aunque en años recientes el número de mujeres galardonadas ha ido aumentando, conviene tener en cuenta estos datos para recordar que apenas un 3% de los premios Nobel en ciencia han sido entregados a mujeres.
La mujer en otros campos del saber
1.El menosprecio.
La contribución de las mujeres al conocimiento no se ha producido solo en el ámbito de la ciencia. A lo largo de toda la historia y en todos los campos del conocimiento, desde el arte hasta la filosofía, ha habido mujeres que han enriquecido con su contribución el legado cultural de toda la humanidad. A pesar de las dificultades que han tenido que sortear, y aunque no siempre han recibido el reconocimiento que merecen, las mujeres siempre han estado presentes en el mundo del saber. Por eso resulta tan importante visibilizar su contribución y apreciar el valor de sus aportaciones, que han sido ignoradas durante tanto tiempo.
Uno de los principales problemas que nos encontramos a la hora de recuperar la aportación cultural realizada por las mujeres es el modo en que esta ha sido ocultada y menospreciada a lo largo del tiempo.
Esto puede apreciarse, por ejemplo, si centramos nuestra atención en el mundo del arte. En el pasado hubo grandes pintoras, como por ejemplo Sofonisba Anguissola, una artista que trabajó en España en el siglo XVI en la corte de Felipe II. Sus obras, pese a su excepcional calidad, no están firmadas, y por eso muchos de sus cuadros han sido atribuidos a otros artistas. Solo recientemente hemos comenzado a descubrir que estas grandes obras fueron pintadas por ella.
El problema de la invisibilidad no solo está relacionado con la autoría. Incluso cuando las mujeres recibían una formación específica y podían dedicarse al oficio que habían elegido, a menudo los trabajos que podían desarrollar eran solo los que se consideraban secundarios. Así, durante mucho tiempo, las mujeres solo pudieron participar activamente en el mundo artístico si se mantenían apartadas de las formas más prestigiosas y valoradas del arte.
Hasta bien entrado el siglo XX, la producción de esculturas, de retratos, de grandes cuadros históricos y religiosos o de obras arquitectónicas estaba por lo general reservada a los hombres. Las mujeres podían hacer arte solo si se dedicaban a elaborar obras consideradas menores. Esto dificultó mucho el acceso de la mujer al mercado del arte, haciendo de ese modo más difícil que las mujeres pudieran vivir de su trabajo como artistas.
Las mujeres que dedicaron su vida a la cultura son tal vez más conocidas en el campo de la literatura. Sin embargo, tampoco en este ámbito tuvieron las cosas fáciles. Durante siglos las mujeres escritoras fueron vistas con recelo, y solo en tiempos muy recientes puede hablarse de una igualdad real entre hombres y mujeres en el mundo literario.
A pesar de estas dificultades, la historia de la literatura está repleta de grandes nombres femeninos. Por centrarnos solo en el ámbito de las letras hispánicas, podríamos citar a María de Zayas o a Sor Juana Inés de la Cruz, que destacaron por su singularidad durante el Siglo de Oro. En épocas posteriores cabe citar a personalidades tan relevantes como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rosalía de Castro, Concepción Arenal, Fernán Caballero, Emilia Pardo Bazán, Concha Espina, María Lejárraga, Rosa Chacel, María Teresa León, Carmen Laforet o Ana María Matute, entre otras muchas escritoras de renombre.
2. Las mujeres en la historia de la filosofía.
Tampoco se puede olvidar la destacada contribución de las mujeres al pensamiento filosófico. Desde la Antigüedad, con figuras como Hiparquia o Hipatia de Alejandría, es posible encontrar filósofas relevantes cuya aportación, sin embargo, no siempre ha sido reconocida como se merece.
Entre las filósofas más destacadas de la historia debemos nombrar a figuras tan importantes como Hildegard von Bingen, Christine de Piza, Mary Wollstonecraft, Émile du Châtelet, Madame de Staël, Olympe de Gouges, Harriet Taylor Mill o Lou Andreas Salomé.
Especialmente significativa ha sido la aportación de las mujeres filósofas en la época contemporánea, periodo en el que, entre otras muchas, destacan pensadoras como Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Judith Butler, Carol Gilligan, Phillippa Foot, Ayn Rand, Martha Nussbaum, Simone Weil o la española María Zambrano.
3. El techo de cristal.
Aunque las mujeres desempeñan un papel cada vez más relevante en la vida cultural, es importante señalar que a menudo encuentran dificultades para ocupar puestos de responsabilidad y cargos relevantes. A pesar de que se están produciendo avances en este terreno, aún hoy en día las grandes universidades, las agencias de investigación y las instituciones culturales más importantes están mayoritariamente dirigidas por hombres. El hecho es tan evidente que incluso se ha acuñado un término para referirse a las dificultades que muchas mujeres encuentran cuando aspiran a acceder a puestos directivos.
A veces se dice que las mujeres, en sus intentos de ascender en la escala profesional, se topan con un “techo de cristal” que bloquea sus aspiraciones cuando tratan de llegar a la cima de las organizaciones en las que trabajan.
Este techo invisible es, sin embargo, muy real, porque trunca las carreras de muchas mujeres que de otro modo podrían ocupar puestos importantes y adquirir influencia y poder en las organizaciones a las que pertenecen.
¿Por qué se produce este fenómeno? Una parte de la responsabilidad se debe al procedimiento empleado para acceder a estos puestos. A menudo, no solo entra en juego un mecanismo competitivo para valorar los méritos y la capacidad de los aspirantes, sino que además se elige al candidato mediante una votación en la que solo pueden participar quienes ya forman parte del grupo dirigente. Este mecanismo de cooptación a menudo está sesgado, porque quienes ya están integrados en la cúpula de una organización a veces prefieren seleccionar a los candidatos que les resultan más afines.
Durante mucho tiempo la cooptación ha favorecido que instituciones mayoritariamente formadas por hombres hayan elegido a otros hombres para incorporarlos al grupo. Como ejemplo, podemos recordar que la primera mujer que accedió a la Real Academia Española de la Lengua fue Carmen Conde, que ocupó su sillón en el año 1978. Se trata de un honor que no pudo lograr Emilia Pardo Bazán, quien en base a sus sobrados méritos literarios solicitó su ingreso en 1914 pero fue rechazada por ser mujer. Por los mismos motivos se excluyó en 1972 a una filóloga tan importante como María Moliner, quien emprendió la titánica tarea de elaborar por sí sola un excelente diccionario de la lengua española.
En pleno siglo XXI, nuestra sociedad tiene aún mucho que hacer para eliminar este tipo de barreras. Ningún techo de cristal debería impedir a las mujeres alcanzar los puestos profesionales que se merecen.
Eliminar estos obstáculos no solo requiere cambiar las leyes que discriminan a las mujeres, sino también tomar conciencia de la situación y desarrollar nuestra sensibilidad, para que entre todos y todas consigamos que la igualdad entre hombres y mujeres se convierta en una realidad efectiva.
(C. Prestel Alfonso. Filosofía Bachillerato. Editorial Vicens Vives. Madrid. 2022)